lunes, mayo 03, 2010

*LA GENERACION PERDIDA * *LA FUERZA DE LA CULTURA*


*Entre las muchas tragedias que sufrió nuestro país, quizás la más terrible fue la de haber perdido toda una generación. Ese es el saldo real – y hasta ahora demasiado poco señalado – de toda la catástrofe desatada después de 1955.

Editó: Lic. Gabriel Pautasso

*LOS HEREDEROS DEL CAOS

Pertenezco a una generación en cierto modo privilegiada. Quienes nacimos allá por la Segunda Guerra Mundial 1939-1945 tuvimos el raro privilegiado de asistir al fallecimiento de una Era y al nacimiento de otra.
En mi adolescencia, una de las frases más trilladas era la de que “vivíamos una época de transición”. Nadie supo explicar en que consistía esa transición; nadie se atrevió a decirnos de dónde y hacia donde se produciría. Pero, así y todo, una cosa nos parecía cierta: nada era definitiva. No conocíamos la serena madurez de las Épocas clásicas ni tampoco asistimos a la explosión de creatividad que caracteriza a las Épocas revolucionarias. Cuando nosotros entramos a la vida adulta, el “establishment” se hallaba ya tan resquebrajado que cualquier idiota creía tener derecho a cuestionarlo. El Futuro, por su parte, se ubicaba más allá de un mítico “Año 2000”, envuelto en una nebulosa que arrancada de ROUSSAEU, pasaba por MARX y SARTRE y terminaba en las Crónicas Marcianas de BRADBURY. No conocíamos ni la armonía de la Divina Proporción ni la fiebre de horizontes de la Conquista. La armonía había muerto bajo los escombros de Europa y una Nueva América se hallaba, quizás, a diez mil años luz más allá de la luna. Y en el medio estábamos nosotros, condenados a decidir que hacer con nuestras vidas en un mundo que no sabía qué hacer consigo mismo.
Comenzamos por padecer una desorientación fenomenal. Quizás en toda Época la juventud ha sido siempre el motor de las grandes transformaciones. Pero la nuestra, sumida en el caos de argumentos científicos, religiosos, políticos, psicoanalíticos, económicos y las filosofías más delirantes, sentía un compulsivo deseo de cambiarlo todo: absolutamente todo. Sólo que no sabíamos como empezar, cómo seguir y – sobre todo – cómo terminar. Todo nos interesaba; todo nos preocupaba; todo parecía estar desquiciado. Habíamos entrado en la Era de la Política Absoluta sin darnos cuenta. Nadia se dio cuenta. Ni nosotros, ni nuestros mayores, ni – mucho menos – la “intelliguentsia” de turno que pretendía explicar hasta lo inexplicable.
Comenzamos a rebelarnos cuando vimos que los valores tradicionales sustentados privadamente por nuestros padres y maestros, resultaban públicamente impracticables. Había ya tal contradicción entre la norma propuesta y la efectivamente vigente, que todo aquel que se ajustara al comportamiento teóricamente exigido ni siquiera hubiese podido sobrevivir en el mundo que nos estaban legando. A esta violenta contraposición, los grandes escribas de la mediocridad intelectual la llamaron “el conflicto generacional”. Creyendo que denominándola de algún modo conseguirían circunscribirla al ámbito del psicoanálisis y la sociología. El truco no funcionó. Hoy sabemos que no eran nuestros padres los que defendían su posición frente a la nuestra. Defendían los valores en los que habían crecido – aún cuando, a veces, con bastante hipocresía – en un mundo que se había desquiciado y nosotros, con nuestra rebeldía, éramos parte del caos total.

*LOS CONFORMES y LOS IRACUNDOS

Esta juventud abrevó en las fuentes más increíblemente dispares: MARX, PROUDHON, PERÓN, NIETZSCHE, FREUD, KANT, ROUSSEAU, GORKI, LENÍN, GRAMSCI, HITLER, MUSSOLINI, DOSTOIWSKI, LOS PAPAS DEL SIGLO XX y XXI con su DOCTRINA SOCIAL y POLÍTICA, JOSÉ ANTONIO PRIMO DE RIVERA y sólo Dios sabe cuántos autores y pensadores más. Seguramente fue esta heterogeneidad anárquica de conceptos lo que sembró, sin que nos diésemos cuenta, la semilla de aquel trágico desencuentro que ocasionó un verdadero drama cuando llegamos a la edad adulta.

* LOS SUBVERSIVOS y LOS REVOLUCIONARIOS  

La mitad de mi generación se perdió porque aceptó arrastrar consigo el lastre del dogmatismo universal concebido por los ideólogos burgueses. Este lastre subsistió – y subsiste aún – sólo gracias a una pertinaz falsificación de la historia. La tragedia de mi generación fue que, los que rompieran con el pasado lo hicieron impulsados por una distorsión sistemática de los hechos, y los que quisieron retomar una Tradición aceptaron las distorsiones de una Historia falsificada.
Algunos, muy pocos, comenzamos a sospechar algo de esto gracias al Revisionismo Histórico argentino. No importa ahora hasta qué punto este revisionismo se manejó con esquemas exagerados y maniqueos. Lo que importó y lo que importa es que se demostró palmariamente que la falsificación es posible en absoluto.
Perdiendo de vista la historia real se pierde también el concepto del hombre real. Cuando el hombre que se tiene ante los ojos es una abstracción inexistente, o una suposición inverificable, la política pierde toda relación con la comunidad humana concreta y se desliza hacia la construcción de sistemas estructurales considerados óptimos por motivos que pueden ser perfectamente arbitrarios. Por eso, por ejemplo, la burguesía juvenil agresiva se ha quedado en una propuesta que, en lugar de exigir la transformación orgánica de una sociedad, se limita a perseguir la transformación material del mundo y de las condiciones de vida. Y, frente a ello, la burguesía juvenil regresiva no encuentra nada mejor que proponer un retorno a esquemas dogmáticos espirituales, completamente superados por el dinamismo histórico, como una verdadera forma de escapismo cultural.
LA TRADICIÓN DE UNA CULTURA, o, está orgánicamente arraigada en los hombres que la representan, o sencillamente no existe. Hombres que no afirman real y concretamente los valores sobre los que se basa una Cultura, en realidad, en realidad, no pertenecen a esa Cultura sino a otra – aquella cuyos valores si afirman -. Fuimos desgraciadamente muy pocos los que, después de un largo camino, caímos en la cuenta que toda la contradicción entre normas propuestas y efectivamente vigentes se debía a una sorda lucha de valores culturales completamente distintos llevada a cabo por el dominio del Poder político. La historia real de nuestra Cultura nos reveló que nuestro Estado ya estaba subvertido y que, en realidad, la subversión guerrillera no hacía más que proponer una subversión dentro otra subversión anterior. Occidente había sido infiltrado por valores asiáticos  y estos valores enquistados en la estructura económica, dictaban las pautas para la superestructura política a la par que determinaban las condiciones de vida de la infraestructura SOCIAL. Ese era el verdadero problema. Y la única solución posible al mismo consistía, forzosamente, en restaurar la prioridad de lo político realizando la tarea revolucionaria de construir un Estado que cumpliese con sus funciones específicas y que no fuese una mera marioneta de intereses, dogmas o esquemas económico-clasistas.     
 COMENTARIO:

LA FUERZA DE LA CULTURA

Negociar es el ánimo de nuestro tiempo. De hecho, vivimos en una sociedad-mercado, que, discutidora es discutible. Nos guste o no, no pasará ya demasiado tiempo sin que este espíritu mercantil y de consumo, que todo lo inunda, comience a ser considerado parte incuestionable de nuestra patrimonio y singular forma de ser argentino, incluso por los más recalcitrantes de sus opositores. Ahora bien, ello no deja de ser chocante, porque, como ya se ha dicho también, la identidad de Argentina y de América ES EL ESPÍRITU DE ACCIÓN a la aventura y la lucha. De hecho, prácticamente, los acontecimientos esenciales de su existencia se han podido verificar siempre por el desencadenamiento de un conflicto más o menos violento. El último fue el de MALVINAS. Allí está Troya y la belicosidad de los aqueos, ALEJANDRO MAGNO, ROMA, y los bárbaros, paganos y cristianos, Occidente y Bizancio, el Papa y los Emperadores, LUTERO y la Contrarreforma y su inserción en América, todas las revoluciones, la guillotina, la Gran Guerra, Comunismo, Fascismo y democracias liberal-democráticas y capitalistas, América se ha ido forjando a golpe de martillo sobre el metal rojo vivo. Uno se pregunta si será posible ahora combinar los dos aspectos mencionados y posiblemente contradictorios: la paz con la lucha, el afán febril del negociante con el combate. Si recurrimos a nuestras tradiciones, el único ejemplo que encontramos, netamente nuestro, y que combina ambos extremos es el espíritu olímpico de los Juegos Pan-helénicos. Este espíritu permite la acción y la lucha, pero no la muerte; permite estar todos juntos, defendiendo cada cual sus posiciones y su fuerza; permite, incluso, la existencia de un vencedor y de un vencido; permite el premio al triunfo y el respeto de los no triunfadores. Es el único ejemplo que podemos encontrar en el que ARGENTINA puede vivir fiel a sus diferencias, sin autodestruirse en el combate, tal y como ha estado a punto de suceder en su bicentenaria historia. De hecho, para algunos – no sin razón – ARGENTINA habría salido de esos 200 años destruida, vencida, ¿cómo explicar si no su actual postración de colonia de la Superpotencias? Recuperar el espíritu olímpico, en fin, supone rehacernos. Y actualmente no hay otra cosa que refleje mejor tal espíritu sino el debate intelectual: LA BATALLA POR LA CULTURA. Ella nos sacará a todos, adversarios o no, argentinos y americanos, de nuestra actual vergüenza.

DIARIO PAMPERO Cordubensis e INSTITUTO EMERITA URBANUS.
Córdoba de la Nueva Andalucía, 24 de abril del Año del Señor de 2010.
SAN FIDEL de SIGMARINGA, MÁRTIR.
 ¡VIVA LA PATRIA! ¡LAUS DEO TRINITARIO! ¡VIVA HISPANOAMÉRICA! Gratias agamusDomino Deo Nostro!

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