lunes, marzo 30, 2009

Lugones y la hora de la espada

“Llevo en mi la patria entera
Que es una dulzura cordial,
Como la miel del panal
Lleva en una gota la pradera”.


El jefe de este nuevo grupo de presión era Leopoldo Lugones (1874-1938) , su nombre debía haber presagiado un futuro provisor para el mismo. En cambio, ya en noviembre del mismo año, la Legión Cívica Argentina, que había sido uno de los nucleamientos que auspició Guardia Argentina, se retiró por diferencias de opinión sobre las atribuciones concedidas a Lugones. A poco, Guardia Argentina se convirtió simplemente en otro nucleamiento nacionalista de muy poco importancia.
El grupo de Lugones no consiguió cumplir su propósito debido principalmente al propio Lugones. Era un gran poeta, demasiado metafísico y demasiado apasionado, y contrariaba a demasiada gente, incluso a sus amigos.
El surgimiento del nacionalismo como fuerza distinta en la vida política argentina se encuentra inseparablemente ligado a la Revolución Militar del 6 de septiembre de 1930. Ningún nacionalista soñó con mayor entusiasmo con dicho movimiento militar que Leopoldo Lugones, el gran poeta y hombre de letras argentino.
Lugones nació en Santa María del Río Seco, un pueblito de Córdoba, en 1874.

“Que nuestra tierra quiera salvarnos del olvido,
Por estos cuatro siglos que ella hemos servido”.


Además, en un momento en que la mayoría de los nacionalistas se interesaban únicamente por cuestiones políticos, LUGONES se preocupaba en forma creciente por cuestiones económicas. Influido por las ideas económicas de ALEJANDRO E. BUNGE, LUGONES había formulado sus opiniones en La Grande Argentina, publicado pocos meses antes de la Revolución de septiembre. (Leopoldo Lugones, La Grande Argentina, Buenos Aires, B.A.B.E.L., 1930).
La Grande Argentina de LUGONES debía ser fuerte, poderosa, independiente en lo económico, altamente industrializada y con una red ferroviaria que debía servir no sólo para exportar las riquezas nacionales sino para abastecer su mercado interno. Esta Argentina debería desarrollar sus recursos naturales, descuidados por una oligarquía liberal cuyo obsesivo interés en la agricultura había condenado al país a la monoproducción y, por lo tanto, a un status colonial.
La Grande Argentina de LUGONES aceptaría inversiones extranjeras para su desarrollo, pero bajo condiciones que favorecieran a la Argentina “económicamente libre” y no sólo a los capitalistas foráneos. Este programa nacionalista, insistía LUGONES, debía llevarlo el Ejército pues era el único sector de la sociedad argentina con el poder y la capacidad para hacerlo triunfar. Pero también requería que los argentinos abandonaran del todo al liberalismo, ya que su fracaso era evidente, y la democracia constituida “una calamidad pública” (Lugones, Antología, p. 431).

Así, a GRANADEROS A CABALLO…

Con arrebato de horda va el corcel formidable.
Enredado a sus crines ruge el viento de DIOS.
Sobre el bosque de hierro vibra en llamas un sable
Que divide a lo lejos el firmamento en dos.

La montaña congénere, donde el cóndor empluma,
Sonreída de aurora despertó a ese tropel
De patria, y la simétrica marea ungió en la espuma
De un brindis gigantesca los flancos del coronel.

La tierra, devorada por los cascos, se abisma
En el tremendo vértigo que arrastra aquel alud.
Y el himno natal surge del trueno con la misma
Voz que estalló en clarines en los campos del Sud…

¡Tufo de potro; aroma de sangre; olor de gloria!...
La hueste bebe el triunfo cual alcohol,
Y la muerte despliega sobre su trayectoria,
Acabada la tierra, la mar de luz del sol.

Un alto en el camino: Durante cierto tiempo, LUGONES pareció convencido de que había llevado la hora de la espada para construir la Grande Argentina. La sociedad debería ser organizada de acuerdo con líneas jerárquicas, y sólo el Ejército o, su frase, “la última aristocracia”, puede lograrlo.
“Sólo la virtud militar realiza en este momento histórico la vida superior que es belleza, esperanza y fuerza” (Lugones, Antología, p. 461).
Debía elegir entre la democracia, llamada por el magno poeta “el triunfo cuantitativo de los menguados”, y una aristocracia de los más aptos, a la cual consideraba una
“…gloriosa tiranía en el individuo considerablemente superior”. (Leopoldo Lugones, “La Hora de la Espada”, El Hogar, Buenos Aires, 10 de abril de 1925, P. 10).
Hacia mediados de la década del veinte, LUGONES ya enfilaba los principales dardos de su invectiva contra la democracia, en especial la democracia radical. Para el maestro de Córdoba, HIPÓLITO YRIGOYEN resultaba el ejemplo supremo de la ineficacia del sistema. Cosa bastante extraña, LUGONES por entonces continuaba publicando sus opiniones en el matutino liberal La Nación-DIARIO. De 1927 a 1930 escribió una serie de ensayos relativos a los males del parlamentarismo y a so concepto del poder. Dichos ensayos fueron publicados por el Círculo Militar bajo el título de La Patria fuerte. (Leopoldo Lugones, La Patria fuerte, Buenos Aires, Biblioteca del Oficial, 1930).
LUGONES insistió repetidamente en que la Argentina necesitaba una completa renovación de su sistema; instituciones nuevas, y no reconstituidas; el fin del sufragio universal y a la supresión de los políticos profesionales, cuyo único propósito era el de enriquecerse. El nuevo futuro de la Argentina, decía, debía dividirse entre el Ejército. “los ciudadanos elegidos, y los representantes de las instituciones y organizaciones existentes. (Leopoldo Lugones, La Nación, 30 de octubre de 1927).
Sus palabras constituían una definición, aunque vaga, de una sociedad corporativa funcionando en una estructura autoritaria.
Durante cierto tiempo, LUGONES pareció convencido de que había llegado la hora para construir la hora para construir la Grande Argentina. Al menos así lo declaró en su Política revolucionaria, que dedicó a la Revolución de Septiembre.
LUGONES trató de lograr apoyo para las reformas de URIBURU, explicando que Argentina necesitaba una revolución y ninguna revolución podía tener éxito sin el respaldo de las Fuerzas Armadas ya que los ejércitos modernos están equipados para destruir cualquier alzamiento. El gobierno de URIBURU era la respuesta a los problemas de la Argentina. Sus reformas eran necesarias y juiciosas. Debía cambiarse la Constitución porque era un documento “extranjero”. (Leopoldo Lugones, Política revolucionaria, Buenos Aires, Librería Anaconda, 1931, P. 32).
Debía eliminarse a los políticos que aceptaban sobornos. La mejor solución sería la representación funcional, y la gente que no trabajara no tendría derecho a votar.

Así, QUIETUD MERIDIANA

Canta el silencio en la inmensa
Serenidad luminosa
Que sobre el campo reposa
Y al fondo del bosque piensa.

Canta el silencio en el alma
La gloria del mediodía
Con tan perfecta armonía
Que no es más que luz y calma.

Canta el oro del trigal,
Canta la fuerza del roble,
Y la bondad grave y noble
Del corazón del nogal.

Canta la sazón labriega
Del rubio calor que suda,
La noble espalda desnuda
Bajo el peso de la siega.

Y lo remoto del día,
Donde parece que el cielo
Se acaba de abrir al vuelo
De un grande ángel que subía;

Y el albor con que al pasar
Perfila su ala en la vela,
Sobre la lejana tela
Que empina el azul del mar;

Y el gozo del hombre bueno
Que ganó bien su descanso;
Y el sosiego del buey manso
Que rumia, conforme, su heno;

Y el ojo del agua tersa
Que mirando desde el pozo
Con celestial alborozo
Se azula en la hondura inversa;

Y EL SANO Y VALIENTE AFÁN
DE LA MADRE LABORIOSA,
QUE CON HONRADEZ SABROSA
SE ESTÁ DORANDO EN EL PAN.


Ahora bien, antes de pasado un año en diciembre de 1924, el presidente ALVEAR envió al Perú a su ministro de Guerra, general AGUSTÍN P. JUSTO. En la ocasión, se conmemoraba el centenario de la Batalla de Ayacucho (1824-9 de diciembre-1924). LUGONES acompaña a JUSTO como delegado oficial, y el mayor poeta argentino pronuncio un largo y vibrante discurso que se conoce en su patria como “la hora de la espada”.
La espada, o sea el Ejército, explico LUGONES, dio a la Argentina el único logro real del cual de podía enorgullecerse: la independencia. Desde entonces, los argentinos han vivido en el desorden y la frustración, productos de la democracia y la demagogia. Al presente se encuentran amenazados por un peligro todavía mayor: el socialismo, y ese peligro puede eliminarlo la espada. Ha llegado de actuar, porque la democracia resulta una fórmula anticuada de gobierno. La sociedad debería ser organizada de acuerdo con líneas jerárquicas, y sólo el Ejército o, en su frase, “la última aristocracia”, puede lograrlo.

“Sólo la virtud militar realiza en este momento histórico la vida superior que es belleza, esperanza y fuerza. (Lugones, Antología, p. 461).

Este discurso ganó para LUGONES nuevos amigos en la oficialidad argentina, pero también irritó a muchos compatriotas y hispanoamericanos, en especial porque había dicho por un delegado oficial y un hombre de reconocida fama. Las repercusiones llevaron hasta Costa Rica, donde la revista Repertorio Americano publicó un duro ataque a LUGONES surgido de la pluma de un profesor de filosofía chileno llamado ENRIQUE MOLINA.
El citado artículo, titulado “La ideología del señor Lugones” debió haber llegado a su destinatario, pues LUGONES mostró su irritación en una carta publicada por El Hogar de Buenos Aires el 10 de abril de 1925. Debía elegir entre la democracia, llamada por él “el triunfo cuantitativo de los menguados”, y una aristocracia de los más aptos, a la cual consideraba una

“…gloriosa tiranía en el individuo considerablemente superior”. (Leopoldo Lugones, “La Hora de la Espada”, Buenos Aires, 10 de abril de 1925, p. 10).

LUGONES insistió repetidamente en que la Argentina necesitaba una completa renovación de su sistema: instituciones nuevas, y no reconstituidas; fin del sufragio y la supresión de los políticos profesionales, cuyo único propósito era el de enriquecerse. El nuevo futuro de la Argentina, decía, debía dividirse entre el Ejército, “los ciudadanos elegidos”, y los representantes de las instituciones y organizarse existente. (Noé Jitrik, Leopoldo Lugones, mito nacional, Buenos Aires, Palestra, 1960, pp. 111-113). Sus palabras constituyen una definición prejusticialista aunque vaga, de una sociedad corporativa funcionando en una estructura autoritaria. LUGONES había alcanzado entonces el extremo opuesto del espectro político.

Lo más importante era sin embargo las apreciaciones sobre el cambio indispensable que el país necesitaba, y que los liberales preponderantes en el gobierno provisional uriburista se negaban a encarar. Así LUGONES les decía a los pregoneros de la vuelta a la “normalidad constitucional”.

“Ambos son, por lo demás, complementarios entre sí, bajo la sintética definición de liberalismo y nadie ignora que Inglaterra fue hasta ayer, no más, su modelo. El liberalismo consiste esencialmente en la libertad de comercio o abstención del Estado cuando de dicha actividad se trata”. (Pensamiento Político Nacionalista, Antología por JULIO IRAZUSTA, III El estatuto del coloniaje (1ª Parre), Obligado Editorial, Buenos Aires, 1975, p. 175).

Vea si no: “Querer ser como Rusia, o como Italia, o como Alemania, Francia o Estados Unidos es no llegar a ser nunca. Equivale a declararse colono perpetuo; lo que significa la adopción de la servidumbre. No hay más que un modo de ser, y es ser lo que uno es. Así lo asentado nuestro Gran Capitán, bien dijérase que a espada; aquel que como un numen infundió a la patria la animación inmortal en el soplo de la gloria. Un militar, señores míos, un militar devoto de la Virgen por añadidura. Lo contrario del ideólogo liberal; objeto expreso de su inclemencia”. (“Hallazgo del país”, 8.XI.1936).

Él mismo ya lo había intuido, tenía profunda y secreta conciencia de su destino; por eso había podido escribir:

“¡POBRE PÁJARO AFLIGIDO
QUE SÓLO SABE CANTAR,
Y CANTANDO, LLORA EL NIDO
QUE YA NUNCA HA DE ENCONTRAR!”


Y,

DEDICATORIA A LOS ANTEPASADOS (1500-1900

A Bartolomé Sandoval,
Conquistador del Perú y de la tierra
Del Tucumán, donde fue general,
Y del Paraguay, donde como tal,
A manos de indios de guerra
Perdió vida y hacienda en servicio real.

Al maestre de campo Francisco de Lugones,
Quien combatió en los reinos del Perú y luego aquí,
Donde junto con tantos bien probados varones
Consumaron la empresa del Valle Calchaquí.
Y después que enviudado,
Se redujo a la Iglesia, tomando en ella estado,
Y con merecimientos digno de la otra foja,
Murió a los muchos años vicario en La Rioja.
A don Juan de Lugones el encomendero,
Que, hijo y nieto de ambos, fue quien sacó primero
A mención las probanzas, datas y calidez
De tan buenos servicios a las dos majestades;
Con que el rey obtuvo, más por carga que en pagó,
Doble encomienda de indios en Salta y en Santiago.

Al coronel don Lorenzo Lugones,
Que en el primer ejército de la Patria salió,
Cadete de quince años, a libertar naciones,
Y después de haber hecho la guerra, la escribió.
Y como buen soldado de aquella heroica edad,
Falleció en la pobreza, pero con dignidad.

QUE NUESTRA TIERRA QUIERA SALVARNOS DEL OLVIDO,
POR ESTOS CUATRO SIGLOS QUE EN ELLA HEMOS SERVIDO.


(El Pampero americano, nº 18, Buenos Aires, septiembre de 2008, p. 12, 13. Dtor. ANIBAL C. ROSSI, pampeamericano@yahoo..com.ar ).

Editó Gabriel Pautasso
gabrielsppautasso@yahoo.com.ar
DIARIO PAMPERO Cordubensis

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