miércoles, diciembre 10, 2008

Los insignes traidores.


Los divorciados de su pueblo, de su patria, y de la cultura hispánica fueron precisamente los pertenecientes a la llamada “Generación del 98”.
¡Siempre individualistas y siempre desdeñosos de la plebe!



III. - La gran traición de los intelectuales - Los causantes de la tragedia hispana.

Entre las vanguardias de la Revolución comunista que ha asolado la mitad de España y tendía a asolarla toda, hay que colocar por fuerza a una buena parte de los llamados intelectuales de izquierda. “Insignes traidores” los llamó PEMÁN en su discurso. Y yo encuentro que lo han sido triplemente. Porque tres veces les viene a cuadrar el apelativo, como traidores al pueblo, a la patria y a sí mismos.
Repugnantísima es la gestión de esos flamantes intelectuales respecto del pueblo. Henchidos siempre de altisonante pedantería y morando allá en su Olimpo, o en su Limbo, parecían como abstraídos en sus excelsas ideologías, sin bajar del pedestal de su vanidad a enfrentarse con las masas y a vivir entre ellas; o a lo más, se dignaban dar reglas específicas de alta filosofía para que otros la educasen. ¡Siempre individualistas y siempre desdeñosos de la plebe!
Y he aquí que después, cuando en los últimos tiempos, el falso democratismo pareció acercarles un poco las masas; ellos, tan despectivos antes, se arrimaron por fin a la fiera, sí, mas no para educarla y amansarla, como pudiera creerse, no para probar en ella sus teorías redentoras, sino todo lo contrario; para halagar las pasiones del populacho, y excitar su ciego instintivo destructor, haciendo coro a la más plebeya prensa revolucionaria.
¿Qué venía a ser, si no, aquel democratismo intelectual de última hora, más que un juego innoble de quienes fingían ir al pueblo para salvarle, y en realidad le acosaban para rematarle?...
Nueva y segunda traición de os intelectuales. Esta vez contra la Patria, contra la España genuina…, en realidad ¿qué les importa a ellos España?
Legítimos descendientes de aquellos políticos y publicistas carolinos del siglo XVIII, muchas veces habían renegado ya de las glorias tradicionales de su Patria. Imitando a aquellos primeros laicistas y francmasones, muchas veces habían vuelto las espaldas habían vuelto las espaldas a España por mirar de frente a lo peor del extranjero. No obstante, si atendíamos a sus palabras, sólo una íntima preocupación patriótica les guiaba: la ilusión de estar estructurando como ellos decían, una nueva España del porvenir en todos los órdenes. Porque ellos, los únicos sabios, parecían poseer el verdadero secreto y panacea universal de la filosofía, de la política, de la sociología, de todos los grandes instrumentos de la cultura y de la felicidad de un pueblo.
Pues he aquí la traición. Los que, al parecer, actuaban como renovadores espirituales de la Patria, en libros, en artículos, en conferencias, a guisa de apóstoles y caudillos de la verdadera hispanidad; en realidad, estando ellos mediatizado por el peor intelectualismo forastero, no sólo no renovaron a su Patria, sino que poco faltó para que su orientación directiva y pedagógica, divorciarse por completo a aquella juventud, como ellos lo estaban ya, de toda tradición hispánica y de toda continuidad patriótica.
Por ellos hubiera sobrevenido el Finis Hispaniae; porque, precipitándola, como pretendían, en las turbias corrientes democráticas de otros pueblos, iban a dar con ella en el piélago común de la revolución comunista, a donde tales corrientes por su propia inclinación y tendencia desembocan.
Otra tercera infinidad y traición de los mismos siniestros intelectuales; la falta de correspondencia y de lógica consigo mismos, o a lo menos con su aparente finalidad y con sus falaces predicaciones.
Así como hay industriales sórdidos que, afectando anhelos de cultura popular, hacen de la Prensa (los Medios…) con que comercian un vertedero inmundo de inmoralidad y de sedición, también ha habido (todos los conocíamos por desgracia) institucionistas y catedráticos que, a creerlos a ellos, sólo aspiraban a una intensa y renovada labor de dirección cultural y pedagógica. Pero en realidad de verdad, ¿a dónde han ido a parar su presunción directiva y aquel hipo renovador, de una España, por ellos íntimamente despreciada? Y en los antecedentes de la revolución, ¿cuál ha venido siendo la actitud de esos hombres, y cual ha sido el remate de su actuación fantástica…?
Durante los últimos años anteriores al actual movimiento, esos descastados e impíos no pensaban en otra cosa que en minar el fundamento educativo de la Religión, sustituyéndole con logomaquias utópicas de procedencia masónica. Su afán era importar a todo trance unos pocos elementos falaces de cultura extraña, sin asimilarlos a la psicología española, y convirtiéndolos por lo contrario en gérmenes de antipatriotismo y de rebelión. Si viajaron al extranjero, fue siempre para sembrar por donde quiera la decepción de España y fabricarse allá su propio endiosamiento. Del presupuesto español sacaban a manos llenas, “para formar hombres del porvenir”, según decían, y en realidad era para nutrir con dinero español víboras que se clavasen el día de mañana en el corazón de España. Escuelas, cátedras, ateneos de cultura, instituciones profesionales, todo lo que fundaron y manipularon, parece se convirtió en sus manos en otras nidadas de intectualillos revolucionarios y fortines de la revolución comunista. ¿Es esto ser fieles a su palabra, y mirar por el bien del Estado que la nutría? ¿Si estos hombres no son traidores a sí mismos, quiénes lo pueden ser?
Mas no sólo sus intenciones y palabras, también sus mismas personas parece que claudicaron y vendieron al anarquismo de última hora su independencia espiritual y los restos de su conciencia. Porque, en resumen, al ponerse al servicio de la pandilla anárquica y comunista, se entregaron de pies y manos al servicio de la Internacional judaico-masónica, y se hicieron dóciles instrumentos de sus campañas sangrientas y demagógicas; y nada vale que clamen ahora: “No era esto, no era esto”; porque eso era lo que tenía que dar de sí la lógica terrible de sus principios; esas tenían que dar sus inflexibles consecuencias.
¡Quién siembra vientos de traición es menester que recoja tempestades de odio revolucionario!

IV - La Generación llamada “del 80”.

En los albores del siglo XIX, los primeros declaradamente divorciados de su pueblo, de su patria, y de la cultura hispánica fueron precisamente los pertenecientes a la llamada “Generación del 98”.

Uno de los principales, RAMIRO DE MAEZTU, más tarde convertido a la hispanidad y a la religión, y últimamente mártir del bolcheviquismo, nos describía cierto día el pensamiento y la finalidad de aquel movimiento pesimista y protestatario. Avergonzados aquellos hombres de que en Cavite y en Santiago los barcos españoles no hubiesen sido tan fuertes como los americanos, se preguntaron el porqué de nuestra debilidad, y pensaron hallar su remedio en ideales de bienestar y de ilustración, los cuales encerró JOAQUÍN COSTA en la fórmula sabida de “escuela y despensa”. Y miraron al extranjero, como los “Amigos del País” del siglo XVIII, y creyendo muy adelantados fuera de España las ciencias de ello, el ideal de desespañolizarse, para alcanzar a los demás en la carrera del progreso.
Bien se ve, desde luego, lo que había de revolucionario y destructor en las nuevas doctrinas, ya que por buscar en lo de fuera cultura, riqueza, higiene del cuerpo, se daba de mano en lo de dentro al ideal antiguo, al ideal eterno español, la cultura y la higiene del espíritu, fuente de verdadera riqueza.
De ahí vinieron dos males. Uno fue formarse una generación de pleno derrotismo, la cual sobre el desprecio del pasado de la misma redención que mostraba desear, ya que ahogada en germen la única rehabilitación posible, la de la tradición cristiana y española. Otro mal, y no menos grave, fue perderse las ilusiones o esperanzas puestas en todo régimen de verdadero gobierno, y aguzarse así el concepto individualista de la democracia y de la libertad, tan simpático al carácter español. Uno y otro mal abría al pueblo en lo humano, árbitro y señor de su destino, al par que le arranca de cuajo aquel espíritu vital y profundo que le daba al pueblo su continuidad histórica.
Entre aquella generación o casta de hombres novecentistas o del 98, los había discípulos o descendientes directos de SCHOPENHAUER, y estos eran, naturalmente una raza extraña de desencantados de la vida (aquí, de la vida española), porque la doctrina de aquel filósofo conduce directamente a ese remate. “La vida es mala, y hay que trabajar por suprimirla; ella, o el esfuerzo cualquiera que sea”. Pero se daban también entre aquella gente no pocas pedantes, adoradores de NIETZSCHE ; y éste, asimismo, por caminos bien diversos, había de conducirlos al pesimismo. NIETZSCHE no lleva directamente esa conclusión fatalista. Pero, al exaltar, por el contraria, “la vitalidad de la planta humana”, y querer hacerla, a tuertas o a derechas, “lo más tropical posible en sí y en los otros, y al cargar brutalmente con todo lo malo, y lo cruel, y lo cínico, si ello contribuye a la vitalidad del hombre, y al rechazar la verdad, la virtud y el bien, si se cree que perjudican a esa vitalidad egoísta, ¿quién no se asustará de las consecuencias de tal doctrina y no se despedirá de vivir suave y honradamente? ¿Quién no se hará fatal y pesimista?

Ciertamente, ese excesivo optimismo en la teoría nos lleva a las grandes decepciones y nos coloca, como orgullosos inadaptados, frente a una realidad que destila para nosotros amargura y desilusión. Por otro lado, e culto a la fuerza por la fuerza, de que hacen gala los nietzscheanos es al fin un corolario del concepto optimista de la naturaleza humana que profesó el liberalismo. Y sabido es que, a la postre, la fe demasiada en la naturaleza abandonada a sí misma produce una ciencia y una literatura sumamente triste, desencantada y pesimista, de la cual fueron ya ejemplo los románticos, y en la práctica llega hasta las convulsiones sociales que presenciamos.
Por eso, la vera España temblaba y se entristecía ante las desviaciones lamentables de aquella generación de escritores de “fin de siglo”, que, buscando el alma española que suponían perdida, no daban con el tuétano de ese espíritu. De ellos los principales, deplorando lo que veían, soñaron a su modo una reconstrucción ideal de España. ¿Pero con qué resultado en sus lectores?
Aquella especie de mentidero universal era el centro de las discusiones más atrevidas y de todos los más rabiosos prejuicios y sectarismos. El ambiente pútrido y disolvente de la Masonería se mascaba en aquella sala. Todo allí conspiraba a derribar por todos los medios el orden establecido; y al mismo tiempo que se blasfemaba de Dios en la tribuna, se atacaba, entre aplausos y ovaciones inenarrables, al Jefe del Estado, única persona que no podía defenderse.

El Ateneo era en los últimos tiempos de la Monarquía, presidido por don MANUEL AZAÑA, un centro de la conspiración republicana y antiespañola, subvencionado por los gobierno de Su Majestad… y la ha querido salvar arrancándola de las garras del socialismo, antes que el fracaso de los gobernantes acabase de envolver a la nación entera en su propia ruina… (p. 15-26).

Editó Gabriel Pautasso
Instituto Eremita Urbanus

Córdoba de la Nueva Andalucía, 10 de diciembre del Año del Señor de 2008. Festividad de Nuestra Señora de Loreto.

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