jueves, diciembre 11, 2008

Los causantes de la tragedia hispana - El periodismo revolucionario de la República

Por Constancio Eguía Ruiz
Editorial difusión 1938-2008: 70 años de edición. Buenos Aires, (p.81-89).

No obstante lo dicho, desde del 14 de abril de 1931, por el julio de los unos y la ceguera de los otros, el tinte de la Prensa diaria española se enrojeció cada día más. Desde entonces sí que se puede decir que imperaba en gran parte de España una banda de secuestradores de la opinión pública. Como si fueran pocas las empresas, se les agregaron otras mil. Ya no eran sólo los diarios republicanos; ni sólo los periódicos proletarios, El Socialista, C. N. T., Mundo Obrero. Se añadieron a ellos, con títulos feroces y llamativos, otros muchos papeluchos socialmente afines, pero de extrema incultura y desvergüenza. Hubo también empresas y redacciones antiguas, por ejemplo, la de Ahora, que como mercaderes sin escrúpulos, pasaron en pocas horas de la monarquía a la república.

De esta suerte, la Prensa desbocada quedaba muy bien surtida de muchos elementos de bandidaje, y ante un inmenso campo donde operar. Verdaderas cuadrillas de secuestradores eran aquellos ruines intelectuales de la pluma. La inteligencia y el talento, si algunos lo tenían, eran el más grave peligro, como las armas de precisión en manos de los gangsters. Daba miedo verles operar aquellas hojas volanderas, sin rastro de intención buena y arrebatados por los instintos criminales y ruines. Así llovían a diario las mayores villanías que se pueden perpetrar en letras de imprenta.
Por otro lado, el campo donde operaban no eran sólo los cerebros ya estragados de sus camaradas sindicales. Eran principalmente la inteligencia y voluntad casi vírgenes de gentes impreparadas y crédulas, abiertas por eso mismo de par en par para recibir en sus fauces toda clase de embustes, como viniesen envueltos en papel periódico y trazados en letras de molde. Cada mañana se nos partía el alma cuando vivíamos en Madrid, viendo aquellas turbas de gentes modestas, elementos populares, generalmente obreros o pequeños burgueses, que bebían ávidamente desde muy de mañana su ponzoña de aquel día. Y ¡como ya preveíamos en aquellas manos crispadas el puñal de un futuro próximo! ¡Cómo ya leíamos en sus pupilas encendidas, que esperaban para mañana su felicidad, asesinando clérigos y “cavernícolas…”! Porque, en suma fue la minera que hizo saltar la vena del comunismo en España. Una muchedumbre de infelices, no tanto incultos, no tanto menesterosos, como vacíos de la idea de Dios y de la paz de Dios que fue su único Padre; y que luego, no admitiendo términos medios, se lanzaron a buscar una imposible redención humana, figurando como asesinos a las órdenes de los bandidos de la Prensa, raptores de la Fe y secuestradores de la opinión. Los periodistas conscientemente anárquicos lograron así consumar en parte su horrible crimen impío y nacional.
Los otros intelectuales de la Prensa, los insinceros y ambiciosos, caminaban a rastras de su codicia. Y cada estallido revolucionario que preludiaba el fin era para ellos como un torcedor y una prueba. Yo recuerdo los movimientos subversivos de 1932. Los sucesos luctuosos y gravísimos de FIGOLS, CASTILBLANCO y VILLA DE DON FABRIQUE desperezaban un poco de atención de estos hombres y sacudían a empellones la parte de la opinión todavía soñolienta y descuidada.

Pero pronto los mismos ciegos periodistas del “Frente Popular” comenzaban a interpretar la noticia en tonos optimistas, y acaban por persuadirse a sí mismos, y a otros muchos, de que en España todavía se podía jugar con la fierecilla del comunismo. Bastábales ya para hablar así ver que, efectivamente, aún entonces, las organizaciones políticas comunistas en la Península eran escasas, pobres y mal avenidas, ya que la escisión trostkistas, que también tenía en España sus adeptos cismáticos, tenía separados del partido los núcleos que obedecían al “Bloque Obrero y Campesino”. Pero no se daban cuenta que el comunismo, allí como en todas partes, seguía otra táctica, desestimando la democracia de esas aparatosas construcciones sindicales que se disputaban la hegemonía del obrerismo, y minándoles poco a poco el terreno con escalar los puestos directivos dentro de los mismos sindicatos. No veían, y lo tenían delante de los ojos, que el mismo Madrid, al año de proclamada la República, dominaban así los comunistas con gran preponderancia, en una veintena de sociedades de la Casa del Pueblo, y que las células rojas se hallaban constituidas en otras muchos sindicatos de la “Unión General de Trabajadores” (U.G.T.); y no digamos en la “Confederación Nacional del Trabajo” (C.N.T.), dentro de la cual iban articulando su movimiento los comunistas, a pesar de algunos choques parciales, como el que tuvieron con la C.N.T. de Cataluña con ocasión de la Federación Catalana de Sindicatos Únicos”. Nada de esto parece veían aquellos periodistas bien hallados.
Sólo cuanto los bandazos revolucionarios era muy grandes, y amenazaban zozobrar, con su gobierno, la nave republicana donde ellos iban embarcados para pescar a río revuelto a diestro y a sinistro; sólo entonces estos elementos singulares comenzaban a confesar la triste realidad que les amargaba las conquistas, y reconocían momentáneamente que algo más importante que el mismo régimen político podía peligrar en las tormentas revolucionarias. Pero no aún entonces ¡ceguera inconcebible! Querían atribuirlo a la natural derivación anarcosindicalista que habían de tomar en España el socialismo sindicalista y el comunismo estatal hacia el comunismo libertario y anárquico, repudiador de todo gobierno. Para ellos los casos de sublevación anárquica y de terrorismo criminal, incluso el estallido de Casas Viejas (Marzo 1933), se debían imputar más bien a las derechas cuya complicidad estaba clara en estos movimientos anarquizantes.
Entre tanto, ellos seguían en contacto de colaboración con las plumas enemigas del orden social. Y si un instante parecían estar junto al gobierno, que alguna vez pudo ser justo y represor, pronto volvían a coadyuvar sin escrúpulo a todas las agitaciones (incluso la horrenda de Asturias el 34). No aplaudían todos claramente el asesinato y el bandidaje, pero por lo menos procuraban la lenidad o la impunidad, amparando a jurados o tribunales escandalosamente prevaricadores, clamando a voz en cuello las garantías constitucionales, y deshonrando, si podían, la gestión represiva de algunas autoridades y del ejército en general contra los salteadores y asesinos. Del ejército en masa – decimos -; no de algunos conniventes militares, cohermanos tal vez de logia. Para estos el abyecto periodismo guardaba, claro está, su más fervientes adulaciones.
Semejante bajeza de adulación a unos y a otros, siempre en pro del mayor radicalismo, era una de las notas más repugnantes de la Prensa española republicana. No todo en ella era erguirse, como sierpe pisada, contra Dios y contra la paz de Dios en el mundo. También sabía arrastrarse indignamente y convertir el tósigo mortal en baba inmunda, lamiendo y halagando a cuanto favoreciese, o apoyar pudiese, la sovietización de España. Para sólo los amantes de una Patria independiente y grande reservada esa Prensa sus dentelladas.
Dentro de la nación, sus agasajos iban primero hacia el socialismo, aún tratándose de prensa burguesa, ayudándole ésta bonitamente a realizar su programa con la dosificación conveniente. Es el juego perpetuo de los burgueses de izquierda. No ven estos desgraciados que, si el socialismo acepta sus encomios y les apoyaba, no es para mantener el programa burgués, sino para mermarlo en provecho de la doctrina socialista, con lo cual el socialismo gana siempre; si es colaborador o sostén, porque pide precio; si es poseedor del Poder, porque se impone.
Como el socialismo y el comunismo son hermanos gemelos, hijos legítimos del marxismo, fácilmente la Prensa republicana, generalmente de corta vista, no distinguiendo bien entre uno y otro, les repartía indistintamente sus carantoñas y ósculos de amor. Ya no era sólo política “de cartel” que daba por resultado la inyección de cuñas socialistas en la armazón tradicional burguesa. Era política franca de “Frente Popular”, que equivalía a ingerir las púas nuevas del comunismo en las ramas podadas del socialismo, para llamarle a nueva vida.
En tercer lugar, todo cuanto podía abonar o beneficiar en tierra española esas dos plantas parásitas y venenosas, todo eso era materia de cultivo preferente, orgánico o inorgánico, para la Prensa frenti-popular.
Ella cultivaba con esmero el régimen parlamentario, máxime con la ley electoral y el reglamento cameral votado por las izquierdas; porque sabía bien que el régimen parlamentario se deforma y degrada fácilmente a impulso de las mismas izquierdas, ya que estas colaboran entre sí para sus funestados fines políticos, y las derechas se ven presas muchas veces de su misma táctica oportunista de tolerancia y de mal menor. Asimismo esa Prensa republicana fomentada cínicamente el falso democratismo. Había que ver cómo muchos periódicos capitalistas, que no tenían de izquierdismo más que el haber colgado su bolsa a la izquierda, atiborraban de lisonjas adulatorias y de dulces mentiras al pueblo crédulo, entregando estúpidamente al “cuarto estado” el sagrado patrimonio de las otras clases o estamentos sociales superiores. Y había que oír después a los más avanzados papeles demagógicos, cómo se apresuraban a persuadir al pueblo que sacase trágicamente las últimas consecuencias de la comedia representada por la burguesía laica; las consecuencias mismas que España ha padecido o contemplado con horror “entre fango, sangre y lágrimas”. Verdaderamente el pueblo, como le prometió la Prensa infame, acabó por “romper sus cadenas”; pero siguió sujeto parte de él por el pié a la cadena de la barbarie…
En resumen, digamos que era propio de esa Prensa el adular a cualesquiera que se prestasen por instrumento de su bolcheviquismo, manifiesto o vergonzante. Allí se adulaba, por ejemplo, a los maestros de escuelas comunistas; recordemos que un LUIS BELLO, repugnante periodista del Sol, los iba visitando por regiones como un inspector oficial, y se hacía regalar por ellos una casa como un palacio. Allí encontraban su asilo los pocos curas renegados; y de sus redacciones salieron los que hoy predican el marxismo como cualquier asesino de sus hermanos en el sacerdocio. Allí encontraban abogados fervientes los separatistas de Vasconia y Cataluña, prestándose siempre a defenderlos los que jamás abogaron por ninguna buena y justa causa. Allí se prometía un idílico porvenir a los pequeños propietarios adheridos al izquierdismo gobernante, izquierdismo que, unido al socialismo, caminaba precisamente a la supresión de los grandes propietarios, y también de los pequeños, irrogando desde luego mayores daños a estos últimos. Allí se animaba a todos los intelectuales a socializarse, es decir, a doctores y licenciados, a abogados, a médicos, a ingenieros, y en general a los hombres de carrera civil; muchos de los cuales, por desgracia, se inscribían, con inconsciencia plena de su destino y condición de clase privilegiada, precisamente por la selección natural y diferencial de la cultura.
Todo este incienso maligno de la Prensa quedaba en casa, por decirlo así, y aquende las fronteras. Pero siempre ha sido achaque de la Prensa española, y más ahora de la republicana, el regalar las orejas de ciertas entidades extranjeras, especialmente francesas, que allanan en su país el camino al bolcheviquismo.
Por eso, ha celebrado tanto esa Prensa roja de España al frentista gobierno francés. Le hace gracia la aberración de que da cuenta, marchando de consuno en muchas cosas con que el Gobierno de los soviets, enemigo acérrimo de la civilización occidental de que Francia quiere ser el primer exponente. Por idéntico motivo se ha apegado siempre al Frente Popular francés, verdadero padre del español, y efecto uno y otro de la nueva táctica de Moscú. Tiende ésta como sabemos, a preparar el triunfo de la revolución comunista en los varios países democráticos, no ya con vanas tentativas de ataque frontal contra el régimen, sino de flanco y de través, aliándose de momento con los socialistas y hasta con los partidos burgueses, para abrirse paso al Poder. Les hace gracia por lo visto, a los diaristas peninsulares que el lobo comunista se transforme momentáneamente en manso corderillo, para volver a tomar el viejo pelo al coronar la hipócrita maniobra. También les ha agrado sobremanera, por los mismos motivos, toda la actuación de la Gran Logia de Francia y la del Monte Sinaí su compañera, por haber sido ellas las que idearon y establecieron la coordinación dicha de la acción comunista con el radicalismo masónico. Respecto de la masónica Liga internacional y Liga Francesca de los Derechos del Hombre, no ha podido menos tampoco la masonería hispana de aplaudirla siempre a dos manos, ¡sobre todo desde el día que gestionó en España tan humanitariamente la libertad y amnistía completa de los famosos revolucionarios de Asturias! Esa liga es la crema del extremismo radical y del masonismo judaico.
También está siendo el encanto de los gaceteros revolucionarios la actitud incomprensible de cierta Prensa moderada y aun católica, del extranjero, particularmente francesa, que, en la inmensa Cruzada de la España católica contra el marxismo internacional, de tal manera se expresa, que parece se inclina por este; y en la lucha de la España una por la integridad de su territorio, razona irracionalmente a favor de desmembraciones determinadas que no quisiera ella para su Francia. ¿Cómo no han de aplaudir estos dos desvaríos exteriores los enemigos internos del Catolicismo y de la Patria?
Gracias a Dios, la actual Prensa española, renacida de aquella antigua gloriosa que peleó las batallas incruentas de la República, viene ahora renovada y pujante como escrita e impresa con la púrpura de miles y miles de mártires. Ella sabrá extraer de todo el suelo español la agonizante Prensa revolucionaria; y a los infelices hermanos, ciegos de pasión y de malquerencia rencorosa, ella les hará caer de los ojos míseros las cataratas que ofuscan y entontecen. (81-89)

Editó Gabriel Pautasso
Diario Pampero nº 139

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