martes, septiembre 30, 2008

Batalla de Lepanto - 7 de Octubre de 1571 – 2008 – 437 años


“Ea, soldados valerosos – gritó – teneís el tiempo que deseasteis; lo que me tocaba, cumplí; humillad la soberbia del enemigo, alcanzad gloria en tan religiosa pelea, viviendo y muriendo siempre vencedores, pues iréis al cielo”
(Don Juan de Austria, arenga).

Sumario: Guerra contra los Turcos: Lepanto, 1571. Los Turcos, dueños de las costas septentrionales de África, se apoderaron de Túnez, (1569) y de la isla de Chipre (1570-1571). FELIPE II, ante el peligro que estas conquistas representaban para el mundo cristiano, consiguió formar contra ellos la llamada Liga Santa, en la que entraron España, el Sacro Imperio, el Papa PÍO V y Venecia. Era Sultán de Turquía, SELIM II (1566-1574).
La escuadra cristiana, mandaba por DON JUAN DE AUSTRIA (hermano de FELIPE II), se componía de 264 naves con 79.000 marineros y combatientes.
Las flotas cristiana y turca – ésta al mando ALÍ BAJÁ – se enfrentaron en la entrada del golfo entre la Grecia continental y la península de Morea (Peloponeso). En el terrible combate que entre ambas se trabó, por el entusiasmo de Don JUAN DE AUSTRIA y la destreza de don Álvaro de Bazán, la victoria se decidió a favor de las armas cristinas (7 de octubre de 1571). En esta memorable batalla recibió una herida en el pecho y otra en el brazo izquierdo Miguel de Cervantes Saavedra (“el manco de Lepanto”), entonces oscuro soldado; gracias a su valor, los turcos no consiguieron en la Marquesa.
La muerte del Papa PÍO V (1572) y las ambiciones de Venecia, que firmó por separado un humillante paz con los turcos, hicieron que no se sacara todo el provecho que se esperaba de esta resonante victoria. No obstante, el Occidente se salvó para siempre del poder amenazador de los turcos. Como recuerdo espiritual de este triunfo, la Iglesia estableció la Fiesta del Rosario.
Entre tanto, JUAN DE AUSTRIA había satisfecho y ampliamente rebasado las esperanzas puestas en él. No quiso decidirse por la carrera eclesiástica, sino por la militar (el padre, (CARLOS V, Carlos de Gante) reprimió sus deseos cediendo al amor por el hijo, y lo dejó que eligiera libremente). Lucho contra los piratas en el Mediterráneo; a la edad de 21 sofocó la rebelión de los moriscos. Mas, ¡qué eran aquellas esperanzas comparadas comparadas con las que en secreto albergaba él! Su gran día fue el 7 de octubre de 1571 en Lepanto. La flota de ALÍ BAJÁ, hacia la cual había tenido la audacia de dirigir sus velas, estaba a la vista; don JUAN iza la bandera verde, insignia de combate. En trescientas naves onde la media luna, y también en forma de media luna dispuso su flota el almirante turco. El poderío cristiano es apenas menor; la balanza esta equilibrada; es el verdadero Dios quien tiene que decidir.
En voz alta reza el joven almirante ante un crucifijo. Los brazos del crucificado mantienen rígido el cuerpo caído; de las rodillas heridas mana sangre, mas la cabeza envuelta en el sueño de la muerte, es conciliadora y dulce. De la ondulante media luna de la flota enemiga, de la cual brillan los mil relámpagos de las armas preparadas, suena el primer cañonazo. En medio de la ensordecedora algarabía de los turcos que se aproximan remando, resuenan las trompetas.
Bajo el alto arco del mediodía, meridional, chocan los abigarrados monstruosos flotantes. No se quiere hundir, sino abordar y conquistar. Los jadeantes remeros que se afanan en los angostos bancos, son esclavos cristianos. Los buques se abordan por la quilla, por el timón, por los costados. Hasta las naves capitanas se clavan en los costados los puentes de abordaje de hierro; en torno a ellos es donde más furiosa es la lucha. Los hombres de DON JUAN avanzan por dos veces hasta el mástil de la galera de ALÍ; otras tantas veces tienen que retroceder. Caen las flechas cual granizo; partes del buque se resquebrajan; el mar se llena de muertos y de hombres que se ahogan. Entonces un tiro de arcabuz atrapa a ALÍ; los cristianos clavan de nuevo audazmente sus puentes, y esta vez capturan la nave del almirante muerto. Aunque se clave la cabeza de ALÍ en una lanza para aterrorizar a los enemigos y enardecer a los amigos, la lucha dura hasta el atardecer; luego las naves turcas emprenden la retirada.
Es una victoria sin precedentes; ninguna comparable se había visto antes ni había de verse después. Se hundieron cien naves turcas y se capturaron ciento treinta. Cuarenta mil infieles murieron por su fe. Más de siete mil cristianos perecieron en la contienda; más de veinte mil llevan en el cuerpo el veneno de los dardos turcos, al cual acabarán por sucumbir. Toda la acumulada abundancia de la gloria se derrama sobre DON JUAN. Todavía no ha cumplido los veinticinco años; ¿Cómo se desarrollará esta curva que tan pronto, apenas iniciada, voló ya hasta el zenit?

FELIPE, el príncipe más poderoso de la Liga, el enemigo hereditario de la media luna, recibe la noticia de su máxima victoria mientras oye misa en El Escorial. El mensajero habla en voz baja, para no perturbar el acto sagrado; el Rey lo escucha sin inmutarse. Luego pronuncia una frase, una idea, que a nadie está destinada, una reflexión única que el silencioso se hace a sí mismo: “MUCHO HA AVENTURADO DON JUAN”. Aun ahora, tras haber ganado la victoria, con los trofeos a la vista, medita el peligro a que se expuso el intrépido ataque de DON JUAN, tan opuesto a su propia estrategia y a la de sus generales. La marcha de todas las batallas es insegura; azarosos son también los máximos triunfos del mundo. Apenas el filo de una navaja separa la victoria de la derrota; ambas son igualmente posibles, igualmente cercanas. Sólo en Dios hay seguridad, sólo la intención justifica. Tras haber celebrado la misa sin el menor incidente, el Rey ruega al abad que haga cantar un Tedéum.
(Reinhold Scheneider, “FELIPE II o RELIGION y PODER”, ediciones Peuser, Buenos Aires, 1953, pp. 78 a 80).

DESARROLLO DE LA BATALLA DE LEPANTO

Hacia las dos de la mañana del domingo 7 de octubre de 1571, un viento fresco y firme saltó del poniente y rizó el mar Jónico, despejando el cielo y barriendo la niebla. DON JUAN , recostado e insomne en la cámara de su Real, se dio cuenta de que estaba en medio de un inmenso lago, alumbrado por la luz de la luna. Dio la orden, y los grandes áncoras se levantaron; se desplegaron las velas; los látigos crujieron sobre las espaldas tendidas de los esclavos de las galeras; y los pesados cascos empezaron a hendir el agua trémula, como para alcanzar el amanecer en la costa de Albania. Cuando apareció el sol radiante, sobre el golfo de Lepanto, el vigío de DORIA, en la vanguardia, apercibió un escuadrón del enemigo, a doce millas de distancia, que regresaba de una descubierta en Santa Maura. La bandera de señal apareció en el mástil de la nave real, en la que DORIA vigilaba.

“AQUÍ VENCEREMOS o MORIREMOS”, gritó DON JUAN, exultante; y ordenó que se desplegara la bandera verde, que era la señal convenida para que todos se pusieran en orden de batalla. Los múltiples filas de remos galeazas venecianas se hundieran en el mar, impulsando a las pesadas embarcaciones a las posiciones designadas: dos delante de cada cuerpo de naves, a una milla de distancia.
El veneciano BARBADIGO, con sesenta y cuatro galeras, se extendió, tan cerradamente como pudo, hacia la costa de Aetolia, para evitar un movimiento envolvente del enemigo turco por el Norte. DON JUAN mandaba el centro, formado por sesenta y tres galeras, con COLONNA y VENIERO a ambos lados de él, y REQUESÉNS detrás. El escuadrón de DORIA, de sesenta naves, formaba el ala derecha, hacia alta mar, en el lugar más peligroso. Treinta y cinco naves quedaban a retaguardia, a las órdenes del marques de SANTA CRUZ, con instrucciones de prestar ayuda si fuese necesario. Así formadas, la gran escuadra avanzó por el golfo de Patras, como un gran arco extendiendo por legua y medio del mar, alineándose gradualmente según iba apareciendo el enemigo.
Los Turcos, que tenían en total 286 galeras (pues HASCEN BEY acaba de llegar con 22 naves de Trípoli, Libia, norte de África), contra 208 de los cristianos, estaban decididos a luchar, y comenzaban a preparar los puentes para entrar en acción. MOHAMED SIROCO se opuso a BARBARIGO, con 55 galeras. ALÍ PASHA y PERTEW, con otras 96, hizo frente al grupo de DON JUAN. ALUCH ALÍ, con 73, estaba del lado de alta mar, dando la cara a JUAN ANDREA DORIA. Tenían también un escuadrón de reserva en retaguardia. El viento soplaba hacia el Este, empujando a los turcos, con sus velas hinchadas, mientras que los cristianos tenían que hacer uso de los remos; pero al caer la tarde, el aire casi por completo amainó. Pasaron cuatro horas más, preparándose las dos armadas para luchar.
DORIA, entre tanto, fue en una nave ligera a consultar con DON JUAN y los otros jefes. Según una versión, se opuso al principio a dar la batalla a un enemigo que tenía sobre ellos preponderancia manifiesta en buques pesados. Pedía, por lo menos, un consejo de guerra. Pero DON JUAN exclamó: “es hora de luchar y no de hablar”; y así se acordó. Según CABRERA, DORIA no sólo dio las últimas disposiciones para la batalla, sino que fue el que sugirió que el generalísmo (DEN JUAN) ordenara que cortaran los espolones de las proas de sus buques. Eran espolones puntiagudos, de catorce pie de largo, que al impulso de los cien remeros se hundían en el costado de la nave enemiga, causándole graves daños. Más era evidente que al pelear en un espacio pequeño, juntos casi los navíos, no servían para nada. Sin ellos, DON JUAN podría colocar sus cañones más bajos de la línea de flotación. Se decidió hacerlo así, y, uno tras otro, los espolones fueron cayendo, haciendo salpicar las aguas en calma.
El joven almirante, con armadura dorada, fue en el barco rápido, de nave en nave, llevando un crucifijo de hierro, que mostraba a los que iban a luchar. “Ea, soldados valerosos – gritó – tenéis el tiempo que deseasteis; lo que me tocaba, cumplí; humillad la soberbia del enemigo, alcanzad gloria en tan religiosa pelea, viviendo y muriendo siempre vencedores, pues iréis al cielo”.
La presencia de su gallarda figura juvenil y el sonido de su voz fresca produjeron un efecto sorprendente. Un grito inmenso le contestó en cada barco. Y una larga aclamación atravesó el mar rutilante, cuando el estandarte de la Liga del Papa (SAN PÍO V), con la imagen de Cristo Crucificado, iluminado por el sol, se alzó en la galera insignia, en la Real, junto a la bandera azul de NUESTRA SEÑORA DE GUADALUPE. En el mástil delantero de su capitana DON JUAN había colgado un crucifijo, lo único que pudo salvar cuando un incendio destruyó su casa en Alcalá.
Al avanzar los turcos, describiendo una gran media luna, DON JUAN se arrodilló en la proa, y con altas voces pidió a Dios su bendición para las armas cristianas, mientras sacerdotes y frailes, en toda la escuadra mostraban los crucifijos ante los marineros y los soldados de rodillos. El sol estaba en su punto más alto. El agua cristalina, casi sin olas, era un espejo trémulo donde se copiaban los colores vivos de miles de estandartes, pendones, banderas y gonfalones y los reflejos brillantes y fríos del oro y las plata de las armaduras; todo ello cambiando, como un maravilloso calidoscopio, entre el mar azul y el cielo deslumbrador Un silencio solemne, como el que se siente antes de la Consagración, en la Misa, se extendió por toda la armada. Los turcos respondieron con sus usuales coros de guerra, alaridos y gemidos, y con el golpear de las cimitarras. Los cristianos, en silencio, aguardaban.
Y en aquel instante el viento, que hasta entonces había favorecido a los turcos, saltó al poniente, y las galeras cristianas fueron empujadas hacia el enemigo. ALÍ PASHA, en el centro de la escuadra mahometana, abrió la batalla con un cañonazo. DON JUAN contestó con otro. Cuando los remos turcos empezaron a batir las aguas, las seis galeazas venecianas abrieron sobre ellos el fuego de sus 264 cañones. No fueron sus disparos tan mortíferos como se creía, pero lograron romper la línea enemiga. El ala derecha de los turcos se esforzaba por ganar el mar libre, entre los venecianos y la costa aetoliana. Cinco de sus naves rodearon la galera de BARBARIGO, y los arqueros moros lanzaron sobre ella una nube de flechas envenenadas, que preferían, por su mortal eficacia, a las armas de fuego. Los barcos se abordaron, y comenzó la lucha cuerpo a cuerpo. El gran BARBARIGO luchó como un león, hasta que, habiendo apartado el escudo de su cara para dar un orden, una flecha se le clavo en un ojo.
El ala derecha cristiana es la que tuvo que sostener el ataque más recio de los turcos. DORIA era temido y respetado por los musulmanes. Ocupaba, además, el lugar más peligroso, donde sólo contaban la estrategia y la ciencia marinera.
DORIA, aunque por el número de enemigos, luchó de un modo magnífico. En diez de sus buques murieron casi todos los soldados en la primera hora de lucha. En efecto, así que ALÍ PASHA las santas banderas flotando en la galera de DON JUAN, se lanzó recto hacia ella. Pero DON JUAN tenía muchas pérdidas y sólo dos naves de reserva. Luchando valerosamente, rodeados de unos pocos caballeros españoles, fue herido en un pie. Su situación era muy crítica, cuando SANTA CRUZ, después de salvar a los venecianos, vino en su ayuda y envío a bordo 200 hombres de refresco. Enardecidos por el esfuerzo, los españoles se lanzaron sobre ALÍ y sus genízaros que los rechazaron hasta su propio barco. El viejo VENIERO, con sus setenta años, luchó espada en mano a la cabeza de sus hombres. Cervantes se levantó con fiebre de su lecho, para combatir y para perder en la lucha su mano izquierda. El joven ALEJANDRO DE PARMA entró sólo en una galera turca, y lo pudo contar.
El momento crítico y el final todavía dudoso, cuando ALÍ PASHA, el Magnífico, defendiendo su nave del último empuje cristiano, cayó derribado por la bala de un arcabuz español. Su cuerpo fue arrastrado hasta los pies de DON JUAN. Un soldado español se abalanzó, triunfante, sobre él, y le cortó la cabeza. Otra, tal vez más probable , cuenta que el príncipe clavó n las punta de una larga pica y la alzó para que todos la viesen. Gritos frenéticos de victoria salieron de los cristianos de la Real, a la vez que arrojaban al mar a los descorazonados turcos y que izaban el estandarte de Cristo Crucificado en el palo mayor de la Sultana. Los cristianos contaron allí sus perdidas, que eran bien pequeñas, y su botín, que era riquísimo. Habían perdido 8.000 hombres, de ellos 2.500 españoles, 800 de las tropas del Papa y 5.200 venecianos. Los turcos perdieron 224 navíos; 130 capturados y más de 90 hundidos o incendiados; por lo menos, 25.000 de sus hombres perecieron; y más de 10.000 cristianos, cautivos de los infieles, fueron liberados. CABRERA da cifras más elevadas: 30.000 turcos degollados y 10.000 prisioneros y 15.000 cristianos liberados; 175 galeras fueron capturadas, de las cuales 30 fueron hundidas y otras conducidas hasta la costa y hundidas. PÍO V se volvió después a su tesorero, y, con su aspecto radiante, le dijo: “Id con Dios. No es ésta hora de negocios, sino de dar gracias a Jesucristo, pues nuestra escuadra acaba de vencer”. Y apresuradamente se dirigió, a postrarse en acción de gracias. Cuando salió, todo el mundo pudo notar su paso juvenil y su aire alegre.
Las primeras noticias de la batalla, a través de los agentes humanos, llegaron a Roma, desde Venecia, la noche del 21 de octubre, dos semanas justas del suceso. SAN PÍO V fue en procesión a San Pedro, cantando el Te Deum Laudamus. El Padre conmemoró la victoria designando el 7 DE OCTUBRE (DE 1571) COMO FIESTA DEL SANTO ROSARIO, y añadiendo “AYUDA DE LOS CRISTIANOS” A LOS TÍTULOS DE NUESTRA SEÑORA, EN LA LETANIA DE LORETO.

(Véase del historiador del siglo XX WILLIAM THOMAS WALSH “FELIPE II”, traducción del inglés por BELÉN MARAÑÓN MOYA, 5ª edición, Espasa-Calpe, Madrid, 1958, cáp. XXV: La batalla de Lepanto, págs. 565-580, resumidos).

Editó Gabriel Pautasso
Diario Pampero
nº 66 Cordubensis

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1 comentario:

Anónimo dijo...

William Thomas Walsh, amigo de España